jueves, 21 de agosto de 2014

Nuestra felicidad

Un hombre muy blanco caminaba en una tierra muy caliente cuando se encontró con la desgracia ajena. Esta vez estaba conformada por una mujer negra que iba de aquí para allá, niño enfermo en brazos, por el terreno donde creció y crió una familia. Era más vieja de lo que se sentía y menos de lo que aparentaba. Daba pasos como tambores con canción en boca.
El hombre, que siempre veía todo desde arriba, distante y ajeno, le preguntó a la mujer cómo se encontraba la felicidad en un lugar como ese. La mujer, que sólo sabía un poco sobre el campo y otro tanto sobre la vida, no supo cómo responderle.
Tan frío como sus tierras de origen, el hombre insistió en saber cómo se era feliz entre tanta pobreza. Usando todo lo que tenía de sabia y de mujer, la negra le respondió: "aquí se baila. Su felicidad está hecha de oro, la nuestra de música; porque a bailar es a lo único a lo que venimos a este mundo".

 

lunes, 18 de agosto de 2014

La magia

La magia de este mundo se manifiesta en las nubes rosas que colorean el cielo del atardecer. Los animales saben de esto desde el principio de los tiempos; desde aquel primer matiz lila sobre aquel primer cielo visto. Los animales contaron a los arboles sobre tal visión y éstos vieron la magia.
Cada tarde, cuando el sol se iba a hacer felices otros mundos, una fiesta de colores encantaba a la Tierra y a sus hijos. Los arboles cantaban, los grillos contaban historias arrulladoras y los pájaros bailaban al ritmo del viento. Todos se empapaban de magia luminosa. Todos menos el hombre.
El hombre, pequeño y con miedo, había perdido sus ojos y no podía ver la puesta en escena del rosa. Sólo oía rumores de aquella magia, pero no creía en ella pues nunca la había visto.
Así, el hombre se sentaba triste todas las tardes a buscar un poco de magia en la televisión, quien había robado los ojos del pobre hombre hace mucho tiempo.

miércoles, 6 de agosto de 2014

La demente

No fue un amor a primera vista como les pasa a algunos afortunados. Cuando la conocí no sucumbí a su belleza obvia y estereotipada, que suele encantar a cualquiera con dos ojos y un aparato reproductor. Tal vez fue porque vi el dolor que esconde y las cicatrices que intenta olvidar.
Lo primero que hizo fue lastimarme. Llegué incluso a odiarla. Odiaba sus mentiras, su sonrisa falsa, su poder hipnotizante sobre la gente.
Por un tiempo creí que el sentimiento era mutuo, hasta que un día sin nada de especial decidió mostrarme su corazón. Era uno de esos corroidos por la tristeza pero lleno de amor.
Me contó su historia, me explicó su locura, me mostró sus porqués.
Me enamoré de sus arrebatos demenciales, de su orgullo vanidoso, de su fuerza tormentosa. Vi, por fin, esa belleza caprichosa y difícil.
Me enamoré de ella, no por las razones por las que todos se enamoran: simples y unidimensionales; sino por esa complejidad enigmática que la hace la Ciudad Maravillosa.
No fue un amor a primera vista, pero fue un amor para siempre, Río de Janeiro.



sábado, 19 de julio de 2014

Existir

Cuando René Descartes dijo pienso, luego existo ignoraba tal vez que una acción estorba a la otra, pues existir sin pensar nos quitaría toda humanidad, pero existir pensando es una hipocresía. Me resulta díficil pensar en el dolor e injusticias que carcomen este planeta y aún así existir. Como humano, es más fácil sólo ser: en la mentira, en la ceguera, sin dudar, sin cuestionar. Existir. A quien se rehúse le llamamos loco, idealista, diferente. Descartes fue uno de ellos.
¿Por qué pensar cuando el mundo ya está prefabricado para sólo existir?
Que se joda el otro, tenemos drogas y televisión. Tenemos educación y religión. Tenemos aquello que con orgullo llamamos civilización. Nos avergüenza llorar pero odiamos con alarde.
Pensar es de suicidas, es de poetas, es de revolucionarios, es de aguafiestas. Es de esos que mueren solos e incomprendidos. Tal vez así murió Descartes.
Para quien piensa puede ser díficil existir, pero no tanto como le es pensar al que sólo existe.


lunes, 14 de julio de 2014

Hombres

Un hombre que nunca se sintió parte de nada, decían, no era un hombre.
Como raza pertenecemos a un cromosoma y una historia que nos unifica. Nos hacen creer que tenemos que pertenecer, que la familia es la base de la sociedad, que las ciudades son la base de la civilización; pero ese hombre sólo era parte de la soledad. Sólo se pertenecía a si mismo, y le gustaba. Le gustaba el silencio y las hojas en blanco. Le gustaba cerrar los ojos y pensarse solo en el universo, sentir el tiempo y hablarse, sobre todo hablarse.
No era hombre, decían. Esquizofrénico, decían. ¿Por qué no quieres pertenecernos? Ser uno más de nosotros, preguntaban.
Pero el hombre no se sentía hombre, nunca lo hizo. Vivió una vida de hombre sin embargo, hasta que un tranquilo día se fue a la luna, donde sólo había silencio.